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sábado, 7 de diciembre de 2013

Literatura folklórica, en nuestras raíces


El folklore, y como parte imprescindible de él, la literatura folklórica, forma parte de nuestra vida. Todos conocemos cuentos, canciones, villancicos, refranes, dichos, fábulas… que alguien nos ha contado en algún momento de nuestra infancia. No sabemos quién los inventó... o pensamos por puro desconocimiento que tal cuento fue escrito por Perrault o tal otro por los hermanos Grimm, o que esta canción era de Rosa León y ahora la cantan los Cantajuego. La mayoría de este conocimiento nos viene de casa, nos los han contado nuestros padres y abuelos, o nos lo han enseñado en el patio del colegio (rara vez dentro del aula). Muchos otros han llegado a nuestras manos en forma de cuentos impresos, y algunos incluso los hemos visto adaptados a la gran pantalla en adaptaciones más o menos fieles, y más o menos infantiles.

Es muy posible que esos cuentos, dichos y canciones los hayamos oído de diferentes maneras. No sabemos quién los creó, pero los conocemos.

 Desde que era pequeña siempre me ha fascinado que prácticamente todos los niños de edades similares conocen los mismos juegos de palmas, de corro… Es habitual hablar con alguien diez años mayor o menor, que  se ha educado en otra provincia de España, y resulta que jugaba a los mismos juegos que tú en el colegio y se sabe las mismas canciones populares. Incluso muchas veces pasa lo mismo con personas que vienen de países latinoamericanos. Aunque cambien algunas palabras, las melodías y las reglas de los juegos son básicamente las mimas.

¿Cómo sucede? Tal vez la respuesta esté en esa memoria ancestral que subyace en el “inconsciente colectivo, creador de imágenes hereditarias” en palabras de Jung. O posiblemente, en la propia cualidad social del ser humano, que necesita compartir historias. Desde el Neolítico hasta nuestros días, hemos viajado y hemos compartido sucesos, transmitido conocimiento y todo ello elaborado de forma literaria, bella y dramática.
 
Con esta introducción hemos querido resaltar las tres características esenciales del folklore: la transmisión oral, el anonimato y variedad de versiones, que son las tres ideas que deben quedar como poso del estudio de este bloque.

Como docentes, debemos considerar la literatura folklórica como un gran recurso para fomentar el desarrollo intelectual de nuestros alumnos, por un lado, y sus habilidades de socialización, por otro.

El contacto con la literatura folklórica se produce desde los primeros momentos de la vida de un bebé. Se hace de forma no intencional (no se le canta una nana a un niño para que sea más inteligente), pero el hecho es que es un ingrediente fundamental del desarrollo cognitivo y del aprendizaje de los niños.

Tal y como afirmaba Vygotski, uno de los grandes teóricos de la psicología del desarrollo, desarrollo y aprendizaje se producen a través de la actividad mediada. Es decir, que el  aprendizaje es un proceso social, en el que la comunicación oral en los primeros años de vida juega un papel fundamental. Las nanas, las retahílas, las fórmulas de sorteo, las canciones que se utilizan para que los bebés sean conscientes de las partes de su cuerpo (“Cinco lobitos”, “Con mi dedito digo sí, sí”)… el folklore transmitido a través de la palabra, en resumen, forman parte inherente de esta comunicación que se produce en el seno familiar y que contribuye a la estimulación psicológica temprana.

Carmen Bravo-Villasante, en el prólogo de “Una, dola, tela, catola, el libro del folklore infantil” (Ed. Miñón, 1976), lo expresa así: “la educación estética por medio del folkolre afina la sensibilidad, que es inseparable de la inteligencia; los niños criados sin canciones, sin cuentos, sin poesía, son niños más pobres espiritualmente que los otros”. Esto es así porque, volviendo a Vygotski, las condiciones socio-culturales de vida influyen en el desarrollo de los procesos psicológicos superiores, empezando por la capacidad perceptiva y el desarrollo fonético y fonológico (“Cucú, cantaba la rana…” “Mambrú se fue a la guerra…” “Pim-Pom es un muñeco”), la atención y la memoria (“Estaba la rana sentada cantando debajo del agua…” “Suena la 1, vuela la luna….”, y de ahí permite evolucionar hacia el pensamiento más abstracto, el razonamiento y la solución de problemas.
Estos primeros contactos con el folklore se producen fundamentalmente a través de la poesía, que casi siempre va acompañada de melodías o al menos de una entonación con una cadencia bien marcada. A medida que los niños van creciendo, su capacidad de comprensión va aumentando y también su curiosidad y su imaginación, la prosa va ganando terreno. Hablamos de último curso de infantil o primero de primaria.

Las fábulas, los cuentos, las leyendas y los mitos empiezan a formar parte del repertorio. En este caso, la estimulación cognitiva se complementa con otro tipo de retos a los que se expone el niño: la identificación con un/a protagonista, distinguir el bien del mal, afrontar dilemas morales… todo ello en contextos fantásticos que alimentan su imaginación.
Las fábulas se utilizan fundamentalmente para trabajar los valores. Presentan personajes polarizados con una intención clara que, para más inri, queda explicitada a través de las moralejas, en las que el autor deja bien claro la enseñanza moral que tiene que extraer el lector. Esto quita a los niños la posibilidad de interpretar por sí mismos, elaborar sus propias conclusiones o encontrar soluciones no convencionales. En cualquier caso, hay numerosas recopilaciones de fábulas, de Iriarte, Samaniego o Lafontaine, como la de la editorial Susaeta, que cuentan con ilustraciones atractivas y ofrecen las fábulas clasificadas por temáticas (tacaños y avaros, miedosos, esfuerzo, mentiras, etc.), que resultan atractivas para los niños.

Mucho más potencial para ofrecer a los niños tienen los cuentos o las leyendas. De igual forma que en la iniciativa de las tertulias literarias que comentábamos en el post anterior, donde los niños conectaban los temas que se trataban en las obras de la literatura clásica universal con su realidad cotidiana, los cuentos y las leyendas ofrecen numerosas posibilidades para trabajar en el aula.

No voy a extenderme en los beneficios que tienen los cuentos para los niños, sino que voy a pedir prestada la infografía de Irune Labajo incluída en su trabajo Simbología de los cuentos folklóricos.

Estos textos, contados por el profesor, posibilitan a los niños identificar grandes cuestiones vitales y comparar situaciones con su día a día. También les posibilita conocer y describir distintos tipos de personajes, con sus personalidades, intereses y motivos, que les llevan a actuar como lo hacen. La identificación con el héroe o la princesa, el antagonismo con la bruja o el villano, ofrecen multitud de herramientas para favorecer las actitudes frente a las dificultades y el pensamiento creativo.

También el folklore en verso tiene su importancia en esta etapa. A partir de los 5-6 años, los juegos en grupo cumplen una función importantísima para que los niños se integren socialmente y aprendan la importancia de las normas. El folklore en verso forma parte inseparable de este aspecto lúdico: canciones de cuerda (Al cocherito leré..), corro (Viva la media naranja…), fórmulas para sortear (Una- dola, Pinto-pinto…) y otros juegos (A la sillita la reina, que nunca se peina…)

Hay numerosas webs con recursos folklóricos infantiles, pero ésta es la que hemos encontrado más completa: http://www.elhuevodechocolate.com/

En las prácticas realizadas el año pasado en el colegio Maravillas fui testigo de una iniciativa que me pareció muy interesante: los juegos tradicionales. Toda la etapa de Primaria estaba involucrada en este proyecto. Cada día juegan a dos juegos diferentes durante media hora. Son juegos “de toda la vida”: la rayuela, las chapas, el balón prisionero, tres en raya, etc. Es una manera de conservar el conocimiento de juegos de siempre, conectarles con sus raíces culturales, al tiempo que se trabajaba el aprendizaje cooperativo y el trabajo en equipo, ya que los alumnos de tercer ciclo actuaban como coordinadores de los grupos de primer y segundo ciclo, explicándoles las reglas y haciendo de “jueces” de los juegos.

Nos falta hablar, por último, del teatro folklórico. Apenas se trabaja en el aula y es una lástima. Es relativamente sencillo que los alumnos elaboren sus propias marionetas (incluso los títeres), así como los teatrillos. El guiñol no es ni mucho menos un género en desuso, y por supuesto no sólo para niños. De hecho, figuras de guiñol se utilizan como recurso satírico en teatro y televisión, como por ejemplo en el premiado musical Avenue Q, aparte de los shows de marionetas que se citan en el bloque, como The muppet show de Jim Henson.

Es un hecho que los niños adoran el teatro de títeres. La estructura argumental basada en la Commedia dell arte funciona de maravilla con los niños, que se sienten parte fundamental del espectáculo porque de ellos depende avisar “al bueno” cuando viene la bruja o el villan, o le ayudan a dirigir sus pasos para recuperar el objeto robado. Y hago la afirmación con conocimiento de causa. Además de haber sido testigo de varias actuaciones de títeres en el parque del Retiro, hace años tuve la oportunidad de participar en un par de proyectos de comunicación que utilizaban el guiñol como vehículo para transmitir los mensajes.

El primero formaba parte de un espectáculo que acompañaba a la Vuelta a España, y el segundo, en 2007, como parte de las iniciativas para acercar el EuroBasket a los niños. La dirección artística de ambos la llevó a cabo el maestro titerero (que no titiritero, como él mismo corrige siempre) Alberto Díaz de la Quintana. El espectáculo se denominaba “Gran Guiñol, porque las figuras medían 1,20 m de alto y el escenario tenía 20 metros de largo y 6,5 de ancho. Los aforos se llenaban en casi todas las sesiones y los niños tenían un papel muy activo en el espectáculo.

Por supuesto, no es necesario hacer un despliegue semejante para que nuestros alumnos disfruten con este recurso.



En la actualidad la literatura folklórica sobrevive en una sociedad que amenaza seriamente su esencia. Hoy en día las familias ya no se reúnen como antaño al amor de la lumbre a contar historias, sino que vivimos en un mundo dominado por la tecnología y los grandes medios de comunicación. Un presente en el que todo está documentado, ya sea en texto o de forma audiovisual. Y por suerte o por desgracia, inmediatamente indexado en ese Gran Hermano que se inventó George Orwell en “1984” y que hoy se llama Google. Así, las versiones quedan fijadas, y muchos casos, difundidas masivamente por vía de los medios masivos (cine, televisión, radio…) o bien a través de las plataformas digitales (blogs, youtube, etc), Esto ataca directamente a las tres características principales del folklore, que son la oralidad, la diversidad de versiones y el anonimato.

 Por otro lado, es más fácil que nunca compartir. Relatos, experiencias… los contenidos se crean, se dejan en las redes y son completados, reelaborados, matizados o mejorados por la gente. ¿No es lo mismo que se ha hecho desde que el mundo es mundo, pero a una escala mucho mayor e inmediata? El núcleo es el misma, lo único que cambian son las distancias y los plazos de transmisión. No podemos dar la espalda a este hecho y es nuestro deber ayudar a nuestros alumnos a familiarizarse con esta realidad.

Todas las sociedades del mundo sin excepción poseen su propio folklore. Esto es un hecho histórico universal, no hay civilización ni cultura sin transmisión de tradiciones e historias. Si comparamos unas con otras, encontramos peculiaridades propias de los entornos geográficos o de las costumbres propias, pero los argumentos o personajes prácticamente iguales. Hacer una comparativa de cuentos, mitologías, leyendas… sería objeto de toda una tesis. Para dar un par de muestras, el cíclope de la mitología griega aparece también en los relatos de las montañas navarras. Por no mencionar los dioses “calcados” de las mitologías griega y romana (se puede consultar la tabla de equivalencias en Imperium.org ), y que además nos recuerdan vagamente al conjunto de santos cristianos.

 Este hecho da una idea de la importancia del folklore en las raíces de la humanidad y su papel clave en la formación de la identidad y la pertenencia a una sociedad. La transmisión de historias es inherente a la condición del ser humano como ser social, por lo que podemos afirmar que el folklore es parte de nosotros y debe ser utilizado como herramienta educativa dándole la importancia que realmente tiene.

  

BIBLIOGRAFÍA Y REFERENCIAS
utilizadas en la elaboración de este artículo:

 365 canciones infantiles, Ed. Grafalco, 1991.

Cantajuego, volúmenes 1-9. 

Fábulas de Lafontaine. Ed. Susaeta.
 
Bravo-Villasante, C. (1976) “Una, dola, tela, catola, el libro del folklore infantil”. Ed. Miñón.

Labajo, I. (2008): “Simbología de los cuentos folclóricos” (material colgado en Luvit - Presentaciones)

Rodríguez Almodóvar, A. (1984): “II Cuentos al amor de la lumbre”. Ediciones Generales Anaya.

     Tatar, M. (2012): “Los cuentos de hadas clásicos anotados”. Editorial Crítica, colección Ares y Mares.

Recursos folkóricos infantiles: http://www.elhuevodechocolate.com/

Visita al Museo de las Brujas, Zugarramurdi, Navarra. En él se incluye una amplia descripción de la mitología vaco-navarra, y se refleja cómo las mujeres eran el pilar de los hogares, y una de sus funciones más valoradas era la transmisión de la cultura, las tradiciones, los cuentos… He aquí el pie de una de las fotografías históricas, donde se explica mucho mejor:

2 comentarios:

  1. Perfecto. Un gran tragabo. Enhorabuena.

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  2. Brutal. Impresionante trabajo, me dejaste sin palabras. Me ha encantado tu paralelismo entre 1984 y Google (no lo digamos muy alto, que nos oyen). Y me ha gustado mucho tu recomendación de la "web de chocolate" (aunque su estética es bastante cutre, los contenidos y los recursos son estupendos).
    Gracias por todo, Mónica.

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